Tienes la bata vacía entre las manos. Aura, de cuclillas sobre la cama, coloca ese
objeto contra los muslos cerrados, lo acaricia, te llama con la mano. Acaricia ese
trozo de harina delgada, lo quiebra sobre sus muslos, indiferentes a las migajas
que ruedan por sus caderas: te ofrece la mitad de la oblea que tú tomas, llevas a
la boca al mismo tiempo que ella, deglutes con dificultad: caes sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extreme al otro de
la cama, igual que el Cristo negro que cuelga del muro con su faldón de seda
escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su corona de brezos montada
sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se
abrirá como un altar.
Murmuras el nombre de Aura al oído de Aura. Sientes los brazos llenos de la
mujer contra tu espalda. Escuchas su voz tibia en tu oreja:
—¿Me querrás siempre?
—Siempre, Aura, te amare para siempre.
—¿ Siempre? ¿Me lo juras?
—Te lo juro.
—¿Aunque envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque tenga el pelo
blanco?
—Siempre, mi amor, siempre.
—¿Aunque muera, Felipe? ¿Me amaras siempre, aunque muera?
—Siempre, siempre. Te lo juro. Nadie puede separarme de ti.
—Ven, Felipe, ven...
Buscas, al despertar, la espalda de Aura y solo tocas esa almohada, caliente aún,
y las sabanas blancas que te envuelven. Murmuras de nuevo su nombre.
Abres los ojos: la ves sonriendo, de pie, al pie de la cama, pero sin mirarte a ti. La
ves caminar lentamente hacia ese rincón de la recamara, sentarse en el suelo,
colocar los brazos sobre las rodillas negras que emergen de la oscuridad que tu
tratas de penetrar, acariciar la mano arrugada que se adelanta del fondo de la
oscuridad cada vez mas clara: a los pies de la anciana señora Consuelo, que esta
sentada en ese sillón que tu notas por primera vez: la señora Consuelo que te
sonríe, cabeceando, que te sonríe junto con Aura que mueve la cabeza al mismo
tiempo que la vieja: las dos te sonríen, te agradecen. Recostado, sin voluntad,
piensas que la vieja ha estado todo el tiempo en la recamara; recuerdas sus
movimientos, su voz, su danza, por mas que te digas que no ha estado allí.
Las dos se levantaran a un tiempo, Consuelo de la silla, Aura del piso. Las dos te
darán la espalda, caminaran pausadamente hacia la puerta que comunica con la
recamara de la anciana, pasaran juntas al cuarto donde tiemblan las luces
colocadas frente a las imágenes, cerraran la puerta detrás de ellas, te dejaran
dormir en la cama de Aura.
objeto contra los muslos cerrados, lo acaricia, te llama con la mano. Acaricia ese
trozo de harina delgada, lo quiebra sobre sus muslos, indiferentes a las migajas
que ruedan por sus caderas: te ofrece la mitad de la oblea que tú tomas, llevas a
la boca al mismo tiempo que ella, deglutes con dificultad: caes sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extreme al otro de
la cama, igual que el Cristo negro que cuelga del muro con su faldón de seda
escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su corona de brezos montada
sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se
abrirá como un altar.
Murmuras el nombre de Aura al oído de Aura. Sientes los brazos llenos de la
mujer contra tu espalda. Escuchas su voz tibia en tu oreja:
—¿Me querrás siempre?
—Siempre, Aura, te amare para siempre.
—¿ Siempre? ¿Me lo juras?
—Te lo juro.
—¿Aunque envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque tenga el pelo
blanco?
—Siempre, mi amor, siempre.
—¿Aunque muera, Felipe? ¿Me amaras siempre, aunque muera?
—Siempre, siempre. Te lo juro. Nadie puede separarme de ti.
—Ven, Felipe, ven...
Buscas, al despertar, la espalda de Aura y solo tocas esa almohada, caliente aún,
y las sabanas blancas que te envuelven. Murmuras de nuevo su nombre.
Abres los ojos: la ves sonriendo, de pie, al pie de la cama, pero sin mirarte a ti. La
ves caminar lentamente hacia ese rincón de la recamara, sentarse en el suelo,
colocar los brazos sobre las rodillas negras que emergen de la oscuridad que tu
tratas de penetrar, acariciar la mano arrugada que se adelanta del fondo de la
oscuridad cada vez mas clara: a los pies de la anciana señora Consuelo, que esta
sentada en ese sillón que tu notas por primera vez: la señora Consuelo que te
sonríe, cabeceando, que te sonríe junto con Aura que mueve la cabeza al mismo
tiempo que la vieja: las dos te sonríen, te agradecen. Recostado, sin voluntad,
piensas que la vieja ha estado todo el tiempo en la recamara; recuerdas sus
movimientos, su voz, su danza, por mas que te digas que no ha estado allí.
Las dos se levantaran a un tiempo, Consuelo de la silla, Aura del piso. Las dos te
darán la espalda, caminaran pausadamente hacia la puerta que comunica con la
recamara de la anciana, pasaran juntas al cuarto donde tiemblan las luces
colocadas frente a las imágenes, cerraran la puerta detrás de ellas, te dejaran
dormir en la cama de Aura.
Tema: Sospecha de Felipe hacia Aura y Consuelo.
Apartados:
Entrega intima de Aura a Felipe
Declaración de amor incondicional de Felipe a
Aura
Retirada sospechosa de Consuelo y Aura
Retirada sospechosa de Consuelo y Aura
Estructura:
En el
fragmento se mezclan el estilo directo con el indirecto en un narrador en
segunda persona que parece ser la conciencia de Felipe. En este fragmento
podemos encontrar tres personajes Felipe Montero, Aura y Consuelo.
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